lunes, 14 de febrero de 2011

UN DÍA A LA VEZ

Estoy viendo la luz, se va despegando de mi rostro. Ya no siento frío, el calor se apodera poco a poco de mi cuerpo, casi como una nostalgia que no recuerdo de dónde viene. Escucho a un tipo de negro glorificándome, sollozos falsos y otros reales, seguro de mi familia, sollozos que duelen de una manera vacía en mi vientre. Me declaran un ser vivo, un ser que puede superar los límites, un ser con esperanza. Enseguida sostengo muchísimas manos, manos cálidas que llevan mi sangre y que sostienen mi vida alejada del retorno. Ahí está mi sobrina, primero ríe junto a mí, pero luego se aleja, se va a un rincón, sin hablarme, no sé si es por miedo a mi apariencia, el choque de su niñez con la vida de los adultos, con sus problemas. Siento otras manos, están por mi cuerpo, las siento frías, no son como las anteriores. Puedo sentir que han devuelto algo de mí. Son manos amigas, las quiero. ¿Pero por qué todos están preocupados? ¿por qué todos lloran nuevamente? Mis ojeras desparecen, mi cabello vuelve, mi rostro cambia. Los vecinos, mis amigos, mi familia, la gente en general, me desea suerte. Y mi novia, ¿dónde está?, ¿quién la ha visto? Ah! Gracias a Dios, ahí está, siempre a mi lado. Les cuento que mi novia ha regresado del sur inesperadamente, ¡una sorpresa! Ella ama las sorpresas. Pero de todas formas la veo extraña, no quiere hablarme, ni mucho menos mirarme. Toco mi rostro, comienzo a sentir como nace la carne sobre él y cómo engorda, casi parezco un bebé. Mi cuerpo se endurece, mi familia me repite muchas veces “todo estará bien; seguirá siendo igual”, mi novia comienza a hablarme (lo sabía) incluso reafirma a cada rato su amor por mí “nunca te dejaré, nunca te dejaré”. Todo es perfecto, a no ser por un pequeño dolor en mi estómago, casi un malestar. En fin. Ahora en casa, mi sobrina juega por el patio, mientras yo, mi novia y la familia completa, charlamos del fututo.

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