jueves, 21 de enero de 2010

Socios literarios

Ayer por la tarde caminábamos por el mall con Jadranka sin rumbo, sin dinero, sin ganas. Caminábamos fuera de la regla. Por la biblioteca (y sí, si hay una biblioteca) se mostraban como modelos culturales ciertas personas un tanto rubias, con libros pegados a los rostros como una extensión de lentes que nunca tuvieron, porque yo sé de lentes, y esos lentes no eran lentes lentes, sino solamente lentes. Eran hombres y mujeres expandiendo en forma de ladrido el hábito lector como el más horrible olor. Los espejos de las vitrinas no nos dejaban ver los títulos, pero, sin embargo, quedaban a vista ordinaria los ojos inexpertos de quienes los leían, que de vez en cuando cambiaban la dirección, que de vez en cuando cambiaban las letras por personas que observaban un show como yo, pero un pésimo show. Jadranka me dijo que entráramos, que afuera hacía mucho frío. Yo acepté, pero con la condición que nos fumáramos un cigarrillo antes, porque si entrábamos sabía que nos quedaríamos pegados leyendo quizá una novela, quizás un cuento, quizás un par de versos, quizás una Cosa, no lo sabía, pero sí sabía que quedaríamos pegados por un largo tiempo, dejando de lado toda posibilidad de fumar. Teníamos solamente uno, y tuvimos que compartirlo, y al contrario de los pensamientos de cualquier fumador dependiente, la idea no me era (y nunca fue por lo demás) desagradable; era un honor sentirme capaz de aspirar equitativamente el humo con mi pareja y hacer cada fumada una pregunta al otro y cada volcanada de humo, una respuesta. Un cigarro nos basto. Incluso creo que si hubiésemos fumados uno cada uno la conversación habría tornado intencionalmente detallista, lo que sólo resulta divertido cuando hay más de dos. Vi el cigarro y observé que sólo faltaban dos quemadas ´para que el nombre del cigarrillo quedara registrado en nuestros pulmones. Eran dos quemadas que me daban ansias de mostrarles a los de adentro qué era literatura, pero, primeramente, mostrarles el verdadero arte de leer en biblioteca, decirles así lee, compadres. Quería decirles: Chicos rubios, maniquíes literarios, aquí tenéis a vuestro Quijote, el hombre que adquirió la esquizofrenia por la lectura, abriros paso. Quedaba sólo una quemada, era la mía, la maté, saqué mi inhalador, una, dos y tres inyecciones del aerosol, guardé el inhalador y entramos. En recepción nos detuvieron dos chicas de lentes y nos preguntaron quiénes éramos, que allí sólo entraban y podían leer los socios.

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