sábado, 17 de mayo de 2008

PERIPLO FREUDIANO

Primero en mi habitación, sacándome los pies de los zapatos y las calcetas, lanzándome sobre los almohadones y tratando de dormir empezó esto. Era hacer copular mis párpados; era la separación de lo que no puedo a lo que quiero; era el sueño. Aparecí en un universo frío que a primera vista era como volver al vientre maternal, a un vientre dudosamente infinito. Tenía que lograr ver los cuerpos celestes, los cometas y a Laica. Cuando estaba apunto de alcanzar un ángel con mi mano, otra me expulsaba fuera del universo, como si existiese otro universo con proporciones muchos mayores rodeando el universo. La luz; sí, recuerdo que era la luz la que el saludo de bienvenida me dio a ese otro universo. El dolor apago la luz o quizá la concentración que tenía en esta; era el dolor sobre en mi nuca, era dolor de mi cabello; aquella mano era la causante, el fuego, el castigador. Todo era extraño, la voz dirigida a mí y los rostros de las dos personas, eran extraños; ya no era el sonido de la fricción suave de los planetas ni los rasgos y definiciones de mis ángeles. La cosa es que me estiraron en su nave de cámaras, apretaron sucesivamente mi abdomen y siguieron remando, y siguieron remando como dos hombres solos, costilludos y negros. Pasaron un par de horas y dieron vuelta sus cabezas hacia mí, dándome lo dos al mismo tiempo un extraño gesto con los ojos, se lanzaron al mar; a mi primer universo. Un impacto de plomo el pecho me golpeo; mi cuerpo se abalanzó sobre el borde de la nave; mi rostro quedó enfrentándose al mar, al mar azul, que luego se vio mezclado con la sangre que desde mi garganta venía para desembocar de entre mis labios. Volvía al vientre materno, a danzar con burbujas que llamaban a una muerte. Una de esas burbujas llamaba mi atención; una de aquellas se engrandeció al ver que el esmero de mis ojos marinos hacía ella yo ponía; creció y creció, hasta que dentro de ella mi cuerpo cupo. Reposar en un agua hueco, con los multicolores que en ocasiones destellaban y sentirme seguro de un lleno mar, era como el encantamiento de soñar dentro de un sueño.

Un rasguño con hambre rompió el capullo y mi sueño de ser una mariposa en eterno despertar. Al reventarse, una mujer de colores vivaces y un pequeño enrollado en su cuello, miraban el rostro de quien les estaba mirando en ese momento. Pómulos sobresalientes, mejillas arqueadas profundamente hacia dentro y calipsos ojos, que enviarían a cualquiera a la excitación del caribe, formaban su rostro, y una túnica aurorial, su cuerpo; el pequeño mostraba sólo un ojo, bajo una manta manchada con sangre que envolvía cuerpo entero. Su mano la acerco a mi rostro; uñas enlutadas me llevaron a una reminiscencia de mi madre; sus relativos sesenta años mostraban clemencia, pero una clemencia no exactamente hacia ella, si no para mí. Podía, y sin el cruce de las palabras, tratar de simbolizar lo que con su mano intentaba explicarme. Antítesis de la de la excitación fue su el descenso de su mano a mi corazón y luego hacia mi abdomen… Cada vez era más claro. Comprendí. Cerré mis ojos por un segundo; intenté por más pero algo no me dejó hacerlo, como también se me impediría por menos. Su pequeño ya no estaba, su túnica estaba abierta, su voz sin palabras me llamaba; me refugié; era mi nuevo capullo, mi nuevo útero. Era la droga más fina de todas, más fina que vid rojiza mezclada con el brillo del chocolate. Sin embargo fueron breves segundos lo que viví en los senos más bellos y arrugados de todos: luego fui yo quien alimentaba de mis pechos a Otro, que por la suavidad de los labios al beber mi lácteo, suponía que era Otra. Me espantó. Urgí la cabeza dentro de mi túnica; era todo oscuro, era todo sordo. Vi mi cuerpo desnudo, desde mis pies a la inconciencia y desde mi pecho a la tierra; observe la cercanía del viaje final ¿para qué esperarlo? Me acerqué al borde del universo y allí me senté, excitándome con su velocidad, con su viajar. La expansión parecía infinita, pero mi tiempo y paciencia también. Pasamos por centenares de Súper Novas, y sus luces era antídoto para ciegos; cruzamos Agujeros de Gusanos, una y otra vez, y ya el tiempo dejaba de ser un problema, y cabalgué sobre una galaxia. Sin embargo, un cierto sentimiento de tristeza me provocó mirar hacia atrás. ¡Era terrible! Mi vía láctea estaba a miles de millones de megaparsec, y me comía la incertidumbre de no saber si ella estaba en la Vía Láctea, en la Tierra. Tomé la decisión más terrible de todas - y asesinar al hijo no era -, si no dejar el deslumbrante viaje final del universo, dejarlo sólo por el camino a su salvación. Cada paso era el adiós de una estrella, y cincuenta pasos hacia la tierra tenía que dar. Lágrimas por Orión, por túneles negros y por los anillos de Saturno cayeron; era desastroso, pero era la Tierra.

Mi llegada estuvo marcada por un pensamiento que tuve y me silencio durante un par de segundos. Todo, pero casi todo empezó a girar en torno mío, lo malo, lo bueno, lo terrible y lo sublime ¿Acaso por mi culpa, por haberme alejado e ir a viajar entre las constelaciones había producido está ceguera a la humanidad, esta oscuridad? ¿O era tal vez que perecible era Dios y el universo complejo se enlutaba en su entierro? No lo sé. Y un ciclón de arrepentimientos movía mis cabellos; la nostalgia me había traicionado; el volver allí me estaba convirtiendo en un mártir, y eso no era por lo que había vuelto… por nostalgia volvía. Sin embargo ahora tenía nostalgia por el universo y su cósmico viaje, pero sabía que viajando con Él, volvería a tener nostalgia por La Tierra y su oscuridad. Entonces caí voluntariamente al suelo dudoso, acomodé mi sueño, sentí mi sueño, despedía al sueño y abrí los ojos, y no sabía si con sonrisa o lágrimas saludar a mi habitación.

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